Antes de
publicar los perfumes más populares hablaré un poco de ello en relación a su
significado, características e historia y puedan decidir de un buen perfume.
Los
aromas de la naturaleza han acompañado al ser humano siempre: las flores, el
mar, los árboles. Sostiene que todo comenzó en la prehistoria,
el día que el hombre primitivo encendió una hoguera para calentarse o
para alejar las fieras que pudieran acecharle y por pura casualidad, encendió
algunas ramas o resinas de
un árbol y éstas comenzaron a desprender un olor agradable, un olor inédito que
nunca antes había sentido nadie. “Quizás el hecho de encontrarla tan agradable
y de que el humo se elevase directamente hacia el cielo, les hizo pensar en
utilizarlo como ofrenda a las divinidades o a las fuerzas sobrenaturales que lo
habitaban y que desde allí arriba regían sus frágiles destinos en la Tierra”, Los
perfumes se han utilizado y se utilizan en rituales religiosos.
Cuenta
que Alejandro Magno era
muy aseado, capaz de perfumar cualquier habitación con sólo el aroma de su
cuerpo. En la Edad Media se
fabricaron ungüentos con sustancias aromáticas, musgo incluido y después de un
período de utilizar animales. En los siglos XVIII y
XIX se
volvió al agua de flores. El perfume está tan presente en la historia del
hombre como cualquier héroe o leyenda.
La Biblia.
José
-hijo de Jacob- fue vendido por sus hermanos a unos mercaderes de esencias -de
las tierras de Galaad en Palestina-
que viajaban a Egipto para vender sus productos. En su larga y forzada estadía
en esa región, los israelíes aprendieron las técnicas de la elaboración de
perfumes y ungüentos, y la primera referencia bíblica a ese respecto se centra
en su finalidad religiosa o litúrgica: es el propio Moisés quien
le encarga al Gran Sacerdote Aarón que cada mañana y cada atardecer
queme incienso y le agregue partes iguales de esencias de nata ónix y
junto al gálbano haga un perfume, quedando estrictamente prohibido el uso de
esta mezcla para fines profanos. En su relato de la historia del pueblo
de Israel,
la Biblia está llena de citas sobre el uso de perfumes, como los consejos que
Noemí da a su nuera Ruth en el uso de fragancias para agradar más aún a Both o
cuando Judit se
arregla y perfuma para seducir a Holofernes,
encubriendo así su verdadero propósito de liberar al pueblo. El Cantar de los
Cantares es una verdadera oda a la perfumería y los ungüentos.
Es
la Biblia quien nos muestra también el uso extendido de la perfumería: en el
Nuevo Testamento vemos la imagen de la hermana de Lázaro ungiendo los pies de
Jesús con perfume o los tres Reyes Magos dejando incienso y mirra en el pesebre
(es algo singular que tanto el nacimiento de Jesús como su muerte estén ligados
con los perfumes: también vino Nicodemo, el que había ido de noche a ver a
Jesús. Trajo como cien libras de Mirra perfumada y áloe. Envolvieron el cuerpo
de Jesús con lienzos perfumados con esta mezcla de aromas, según la costumbre
de enterrar a los judíos”. San Juan 19 39-40).
Los
Egipcios y sus Perfumes.
De
Sumeria, lo que muchos suponen, fueron ellos y no los egipcios los que
desarrollaron por primera vez ungüentos y perfumes. Cuando los arqueólogos
encontraron el sepulcro de la reina Schubab de Sumeria, se sorprendieron
bastante al hallar junto al cuerpo una cucharita y un pequeño frasco trabajado
con filigrana de oro: la reina había guardado allí su pintura de labios. En la
Epopeya de Gilgames (un poema asirio del año 2.300 a. C. se encuentran muchas
citas que hacen referencia a la perfumería y a la cosmética. Egipto no tardó en
tomar de los sumerios todo lo referente a la cosmética. Los sacerdotes
literalmente fumigaban sus oraciones con perfumes que ellos mismos elaboraban,
empleando olores fortísimos que favorecían la elevación del espíritu: mirra,
resina de terebinto, gálbano, olíbano, ládano. Los aceites perfumados, los
ungüentos y las pinturas también formaban parte del rito: muy temprano por la
mañana, cada sacerdote procedía al aseo de las estatuas divinas untándolas con
ungüentos y maquillando sus rostros y los de las estatuas. Así creían obtener
la protección de los dioses y se aseguraban el paso al más allá. Justamente
esta creencia es la que explica la práctica del embalsamamiento: conservar
intacto el cuerpo en sustancias imputrescibles y perfumadas para entrar así al
cielo de los egipcios. Cuando se abrió la tumba del faraón Tutankamon se
hallaron más de tres mil potes con fragancias que aún conservaban su olor a
pesar de haber permanecido enterradas por más de 30 siglos. Las mujeres de la
alta sociedad acostumbraban a ponerse debajo de las pelucas que habitualmente
llevaban, unos conos fabricados con grasa de buey impregnada de diversos
perfumes. Este pegote se iba fundiendo con el calor corporal y del ambiente al
mismo tiempo que perfumaba el cuerpo de quien lo portaba. Ninguna civilización
posterior hizo uso de él. Los chinos contribuyeron en gran parte del desarrollo
y mercadeo.
El arte de los Griegos .
Para
los griegos, todo lo bello, armonioso, proporcionado y estético era bueno y por
ende de origen divino, así que a nadie puede extrañarle que atribuyeran a sus
dioses el regalo de los perfumes y los ungüentos. Los vendedores de
perfumes griegos los anunciaban como fabricados con esencias provenientes
directamente del Olimpo. Pero el aporte más importante que los griegos hicieron
a la perfumería fue el aplicar su arte a los frascos de cerámica utilizados
para guardar los perfumes, piezas de arte que aun hoy son difíciles de igualar
en belleza. Diseñaron siete formas para almacenar perfumes y los decoraron con
animales mitológicos, figuras geométricas y escenas conmemorativas. El más
conocido fue el lekytos, un frasco muy elegante y esbelto que llegó a ser tan
popular que para referirse a alguien poco solemne, se decía que “no tenía ni un
lekytos”. Pero no todos los griegos amaban el perfume. Sócrates los detestaba,
afirmando que ningún hombre debía perfumarse, ya que una vez perfumados olía
igual un hombre libre que un esclavo. Otro ejemplo de la democracia ateniense.
El Boom de la
Perfumería y Cosmética.
A
través del Mediterráneo,
los griegos exportaron sus costumbres desde el Cercano Oriente hasta España,
y esto incluyó su amor por los perfumes. Así, los primeros perfumistas y
barberos salieron de una colonia griega al sur de Italia y se instalaron
en Roma en los tiempos de la República. Las sucesivas victorias
militares y una constante expansión unida al debilitamiento del poder etrusco,
convirtieron a Roma en una ciudad brillante y próspera, que pasó de la
frugalidad a la opulencia. La cosmética floreció en Roma como nunca antes había
ocurrido en ningún lugar y así como ahora los productos de belleza pretenden
venir de París,
era muy “de nivel” decir que las fragancias llegaban desde Grecia (aun cuando
no lo fueran como ahora). Las damas romanas tenían una forma bastante
particular de perfumarse: hacían llenar la boca de sus esclavas con perfumes
para luego ser espurreadas en rostro y cuerpo. Una especie de vaporizador
humano. Pero en Roma no sólo las personas se perfumaban. Antes de la batalla o
en los regresos victoriosos, se humedecían los estandartes de las legiones con
fuertes fragancias y también era común perfumar salones, vestidos, teatros,
armas y hasta los animales, sin mencionar cualquier ceremonia religiosa,
casamiento o entierro. Se cuenta que el emperador Nerón -durante
sus banquetes más selectos- hacía caer desde el techo miles de pétalos de las más
variadas y exóticas flores a la vez que soltaba pájaros con sus alas embebidas
en perfumes, para que la fragancia se esparciera durante el vuelo (recordemos
que su mujer, Popea, amaba bañarse en leche de burra, obligando a trasladar
durante sus viajes a casi trescientos de estos animales para ser ordeñados cada
mañana).
El Renacimiento de Oriente.
Los
bizantinos son quienes recogen la antorcha dejada por los romanos en lo que
respecta a los imperios; en el arte de la perfumería no sería arriesgado decir
que superaron a la propia Roma (tal vez por el simple hecho de tener mano de
obra con tradición perfumista o por contar con las materias primas más cerca).
Aunque si de potencias hablamos, debemos darles todo el crédito a los árabes:
ellos supieron asimilar y perfeccionar mejor que nadie los conocimientos de las
culturas que los precedieron. Utilizando alambiques para destilar alcohol como
soporte de las esencias, elaboraron refinados perfumes como el almizcle, la
algalia y el Agua de Rosas, por nombrar los más amados y requeridos en toda la
Edad Media. Mahoma, como todo buen árabe, amaba los perfumes y el mismo Corán
promete a los fieles de corazón un paraíso perfumado y bellas hurís de ojos
negros, hechas del más puro de los almizcles. Los intercambios entre Oriente y
Occidente se vieron favorecidos por las nefastas Cruzadas (1096-1291) y los
mercaderes comenzaron a inundar el mundo conocido con nuevas fragancias y
especias, además de poner otra vez de moda la buena costumbre de acompañar el
aseo con aplicaciones perfumadas. Pero pronto veremos que las viejas mañas son
difíciles de dejar a un lado. Durante el Renacimiento se produjo una especie de
redescubrimiento de la cultura greco-romana y, con la invención de la imprenta,
numerosos tratados antiguos de perfumería fueron traducidos y publicados en
francés e italiano, haciendo llegar a la población mil y un maneras de usar
perfumes. Por desgracia, es en este período cuando se deja de lado a la higiene
y se recurre a los perfumes para “no oler como carneros”. Es tan común entre
las damas no bañarse como ponerse en las axilas y entre los muslos esponjas perfumadas.
Como resulta evidente, la sarna estaba a la orden del día tanto para la plebe
como entre los ricos y famosos (uno de los asistentes de Juana I de Castilla y
Aragón, también conocida como la Loca, escribió en una de sus cartas: “las
hijas de la reina mejoran poco a poco de su sarna”). Pero el puesto de honor
entre los mugrientos lo tiene Enrique IV de Francia: no solamente no se lavaba
nunca sino que además ni siquiera tenía por costumbre perfumarse. En su noche
de bodas, su esposa estuvo a punto de desmayarse y cartas de sus amantes
dejaron testimonios de las náuseas y vahídos que sufrieron al compartir su
lecho. Pero parece que por lo menos se bañó una vez. Fue en el Sena, en donde
antes de hacerlo, y a la vista de todos, orinó abundantemente y viendo que su
hijo, el futuro Luis XIII, dudaba en meterse al agua, le dijo una célebre y
paternal máxima que haría palidecer al mismo San Martín: -Con confianza, báñate
y no tengas miedo que más arriba del río otros habrán meado antes que yo.
Anécdotas aparte, Florencia y Venecia fueron las capitales del perfume. Al
morir la alquimia en pos del nacimiento de la química, el arte de la perfumería
evolucionó notablemente al mejorar la destilación y la calidad de las esencias.
Empleando técnicas orientales, Venecia produjo los primeros frascos de vidrio
soplado, pero muchos vidrieros de esa región que emigraron a Alemania y
Bohemia, se encontraron allí con un cuarzo bastante duro que les permitió
tallar, grabar, pulir y decorar a gusto sus envases. Dejaron a un lado el
soplado y llevaron el arte de la perfumería hacia nuevos horizontes. Una
curiosidad: la moda imponía el uso de guantes y estos indefectiblemente debían
estar perfumados. Grasse, un pequeño pueblo al sur de Francia, los fabricaba en
grandes cantidades y sus guanteros decidieron entonces perfumarlos ya en la
fábrica. Para eso comenzaron con el cultivo de lavanda, jazmín, mimosa,
naranjos, rosas. En la actualidad, Grasse cuenta con más de dos mil quinientos
técnicos dedicados exclusivamente a la industria del perfume.
En la Actualidad.
La
Revolución Francesa estancó el mercado de los perfumes, por estar asociado
íntimamente con la nobleza, con una excepción: una fragancia llamada
“Guillotine” –de origen desconocido- que se puso de moda entre las ciudadanas.
Pero esta etapa duró tan sólo doce años… La llegada de Napoleón marcó
el final de la república francesa y el retorno de una nobleza distinta, pero
nobleza al fin. A partir de este punto, los perfumes, antes en manos de
artesanos y pequeños industriales, cobraron el fuerte impulso que convertiría a
la perfumería en una de las industrias más dinámicas y lucrativas del mundo.
Porque ya no sólo es la fragancia, también cuenta su frasco, el envoltorio y la
publicidad. Pensemos en los millones y millones de dólares que recaudó el
perfumista François Coty al unirse con el maestro vidriero René Lalique,
quien también se llenó de oro al perfeccionar sus técnicas con el cristal y
producir también frascos para Lubin, Orsay, Guerlain, Piver, Roger, Molinard,
Gallet y Volnay. O las vidrierías Brosse que se ganaron la admiración
del mundo a partir de los años 20 con el hermoso, sobrio y depurado frasco del
Chanel nº 5 y la famosa bola negra del Arpége, de Jeanne Lanvin. La perfumería
del siglo XXI no puede escapar a ciertas imposiciones. Si antes los catadores
de fragancias (llamados “narices”) determinaban el rumbo de una moda, ahora
ellos deben escuchar al departamento de marketing y bajar sus cabezas (o
narices) a fin de seducir a un público cada día más mediatizado o cómo se
explica en nuestro mercado la aparición de perfumes tan sobrios, estudiados y
exquisitos.
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